Cuando en Asonautas, allá por finales de 2020, nos planteamos lanzarnos a diseñar un proyecto sobre comunidades energéticas en el medio rural, no podíamos saber cómo iba a cambiar el panorama en apenas dos años. Una de nuestras (muchas) preocupaciones giraba en torno a la cuestión de la energía, y especialmente a la cuestión de la energía en nuestros pueblos, pero no sabíamos muy bien por dónde comenzar a «ocuparnos» del asunto. En aquel entonces, nos encontrábamos cada vez más a menudo con el término «comunidades energéticas» y, una vez aclaradas nuestras primeras dudas, tuvimos claro que podíamos empezar por ahí: aprendiendo con mayor profundidad, como organización, qué eran las comunidades energéticas; identificando después experiencias de éxito (o no) en otras zonas rurales y, por último, transmitiendo de la mejor manera posible estos nuevos conocimientos adquiridos a nuestrxs vecinxs. No era un proyecto exageradamente ambicioso, pero nos parecía un buen primer paso para avanzar en pos de nuevas formas de hacer las cosas en este ámbito en nuestros valles.
En Cantabria, el campo estaba vacío y llegábamos con la intención de que las comunidades energéticas pudieran entenderse como la herramienta absolutamente transformadora que pueden ser. Sin embargo, las cosas están cambiando rápidamente, proliferan iniciativas (o anuncios de iniciativas) que de comunidades energéticas tienen solo el nombre, aparecen empresas para entregar llave en mano una «comunidad energética» en el ayuntamiento de turno… Asistimos, en fin, una vez más, a una desvirtuación de la idea original, que no sabemos si podremos contrarrestar. En ello estamos, dando pasucos, pero siendo conscientes de que hace falta ir más rápido de lo que sería ideal, y de que estamos solo en el punto de salida.